Tomé esta fotografía desde un cuarto de baño. Se divisa un castillo medieval, el campanario de una iglesia, una catedral ortodoxa y el azul de una mañana primaveral. En contraposición, el baño, la pequeña habitación donde las mismas necesidades, los mismos apremios nos convierten en iguales.
Iguales, eso fueron hasta hace treinta y dos años las tres repúblicas bálticas: Letonia, Estonia y Lituania, que tras décadas de yugo soviético, invasiones y guerras lograron su independencia. Sin embargo, en apenas unos años, Estonia se adelantó en la carrera, poniéndose al nivel de sociedades escandinavas. Dejó atrás a las que a la fuerza fue remendada y ganó poco a poco un lugar como una nación con un Indice de Desarrollo Humano muy alto y como una de las de mayor Competitividad Mundial.
Parte del éxito se debe a que una vez caída la Unión Soviética, Estonia firmó acuerdos comerciales con su vecino Finlandia, un socio robusto y con influencia positiva que no había quedado bajo la sombra de la cortina de hierro. El espejo finés, resplandeciente por ser faro educativo y creador de Nokia, inspiró a los estonios a poner los ojos en la tecnología y la educación, dos pilares que permitirían un crecimiento rápido y efectivo.
Con apenas millón y medio de habitantes, un escaso territorio de 45.000 kilómetros cuadrados (25 Estonias caben en Colombia) y el rezago en el que quedó tras la caída del bloque soviético, Estonia se posicionó, en pocos años, como líder mundial en Tecnología de Comunicaciones e Información (TIC) y referente en las pruebas PISA (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes).
En su capital Tallin, que observo desde el cuarto de baño, las construcciones medievales conviven con el vidrio y el acero de la arquitectura vanguardista de centros de negocios y de emprendimiento y planteles educativos. Partiendo de la misma situación precaria que sus “hermanas bálticas”, Estonia se obsesionó con lograr un estado funcional desde cero, sin disponer de mayores recursos. Eligió, por un lado, el camino digital para crear una sociedad transparente donde la confianza y la eficiencia son claves; y por otro, le apostó a la educación como prioridad, haciéndola pública, gratuita, universal y del más alto nivel.
Solemos culpar del subdesarrollo a la explotación colonialista, a las guerras, a la decrépita economía. Somos culpables de no elegir bien a los gobernantes. La mala gestión nos ancla al fondo del mar. La buena gestión permite que las naciones asciendan a lo más alto. Estonia es prueba de ello.